Pero nunca se perdió. Reptaba por el intricado tunel de espinas con el último suspiro de sus venas secas. Dengaba en todo aspecto su vida, descansaba sudores en un oasis oscuro y pestilente, pero era el único lugar donde su sangre recobraba a su corazón y a su cuerpo cansado de doler. Y cuando dejó de llorar empezó la tormenta y los rayos escribían su historia frente a la piedra donde el niño estaba sentado, tristemente desesperandose por su vana existencia. Y todo era gris, todo dolía, todo era oscuro, todo era llanto, tormenta, sequía, todo era un llano de desgracias y atrocidades, y aún así el descansaba su cuerpo entregado al campo de espinas que demolía su apagada viveza. Se cansaba de leer su propio menoscabo, pero sus sentimientos seguían firmes, pegados a la vida, el ya no quería saber de nada, no quería enterarse, no disfrutaba el dolor, no quería sentir. Cansado, luego de tanta borrasca sus ojos se secaron junto con sus heridas y el niño por fin en un camastro de hojas,
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Condenado al desvelo, el pasadizo sangriento del amor se desvanece ante mis ojos, escurriendo la oscuridad que lo cubre. Me sumerjo en lágrimas nocturnas, ante tu imagen que se borra de mi vida, llorando tu nombre en un canto atroz, rompiendo mi corazón atado en cuerdas de gritos. Una noche vampírica no me deja digerir tu sangre, sin dormir evoco tu presencia ahogándome en perdones que nunca vas a escuchar. Perdón mi vida, perdón.
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Despojado de mis sentimientos, absorvido por el infierno gritan mis palabras implorando mi muerte; hermosa divinidad. El rojo anhelo de mi funeral la puerta a donde no soy, el mundo al que pertenezco, la muerte me enamora de si misma. Arrastrado, maltratado y cobijado, escapo de una jaula infinita de bufones que aumentan mis ganas de desaparecer yéndome de este mundo con una mueca ingrata. Una sonrisa en mis labios y desdén en mi mirada, un frenesí de furia descomedida, con los ojos cerrados -opacos- listo para partir. Suelto mis alas, monto en mis lágrimas, grito el dolor pero ya llego a las profundidades del abismo.
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Cortó su aliento el perfume de la rosa, un coctel de espinas recorrió su sangre y llevó su vida, perfumando su muerte. Caía al vacío y al limbo en pedazos de su piel, el infierno sediento abría sus fauces, y la rosa seguía incrustando sus puñales. Sin dolor el torrente sanguineo mostró su entrega, dando a la rosa blanca, el semblante oscuro de la rosa negra. En el gris firmamento se levanta el rosal, lápida de su cuerpo pálido, destrozado brotando espinas de su interior. 17.08.2007